ESCRITOS




RUPTURA DESDE LA INTERIORIDAD
 DEL OBJETO ARTE

Mi obra es heredera de la revolución artística iniciada por Cézanne en el siglo XIX, así como de las corrientes abstractas geométricas que insurgen en Francia, Alemania, Holanda y Rusia durante las primeras décadas del siglo XX, y cuyas investigaciones se ultimaron en territorio europeo y americano después de finalizada la II Guerra Mundial. Esta herencia, de profundas raíces y extensas ramificaciones, ha ejercido una influencia profunda en la tradición plástica de Occidente, impactando, a su paso, el entorno que envuelve y modela la vida del hombre de nuestros días.

La opción analítica en el arte se refiere a la postura de un amplio y heterogéneo grupo de artistas que ha tomado partido por el análisis; es decir, que en el mismo instante que el artista realiza la obra de arte, produce una reflexión teórica sobre sus procesos mentales y procedimentales. En el pasado, esta actitud, llevada a los extremos empujó al arte por los atajos de un cientificismo estéril, pues dio preeminencia a nociones científicas por encima de los valores exclusivamente artísticos.

Sin embargo, he tomado distancia de tales procesos de formalización determinista para poner de relieve la noción eminentemente plástica de la obra; instituyendo una nomenclatura donde las instancias que forjan su estatuto sean repropuestas, a objeto de emplazar un punto de ruptura en la interioridad del objeto arte, definiendo su sistema: el arte como expresión y la obra de arte como hecho cultural. Aunque la obra hinca sus raíces en el análisis, sus ramas se elevan frondosas hacia el enigma; de modo que “Sólo se comunica a los demás una orientación hacia el secreto sin poder nunca expresar objetivamente el secreto”, para decirlo con las palabras de Gastón Bachelard.

Edgar Allan Poe –en el caso de la escritura- sostenía que cada palabra debe estar decididamente enfilada a lograr un desencadenamiento final en el relato, de manera que el lector se mantenga en vilo, en un permanente estado de tensión. La obra de arte debe apuntar a la fundación de un estado culminante que esté “más cerca del Caos que del Orden”, tal como lo proponía Artaud acerca del discurso teatral, pero aquí Caos, es un orden de infinita complejidad.

Mi intención es desencadenar un cúmulo de fuerzas que envuelvan al espectador-participante en un clima tensional dirigido; para estacionarlo frente al hecho artístico como un acontecimiento autónomo, vital y contundente; en sí, como Io resumió CarI Jung “una experiencia numinosa”, es decir,  Ia sensación de haber penetrado en una dimensión superior de la existencia y deI cosmos.

Cuando el espectador-participante  confronte los datos que le impone su habitualidad con los códigos que infunde la obra, quedará bajo el influjo de una atmósfera tensional posibilitándole multiplicidad de ambigüedades, indefiniciones, equívocos, vaguedades, imprecisiones, cuestionamientos, confusiones,… Ante tal clima de incertidumbre e inestabilidad, sólo le queda un universo de ecos, resonancias, vacíos, esperas, ausencias, corazonadas, atisbos, intuiciones, recuerdos, reminiscencias, vislumbres, sospechas…

De modo que el sentir, el saber y el conocer se instituyen en dispositivo conjetural para que la obra emerja como apertura hacia el asombro, que no explique la realidad sino que la implique y para que se constate que “Lo esencial de una obra consiste precisamente en aquello que no se ha expresado” tal como lo expresó Mallarmé.

Es también como asistir a un escenario donde se ha cometido un crimen y es el investigador quien va hilvanado una trama hecha con una madeja de hilos, ya no para descubrir al criminal sino para desvelar sus más recónditas motivaciones. Cada giro le permitirá reconstruir el discurso a partir de cero cada vez que aparezcan nuevos elementos insospechados.

La totalidad de mi trabajo no es sino una pesquisa sin fin acerca de dos envolturas de la realidad que me asaltan por su mecanismo transmutable: 1. La multiplicidad de lo posible y la posibilidad de lo múltiple de los fenómenos; 2. El determinismo y la aleatoriedad con que son zarandeados en su interioridad tales fenómenos y tales hechos. Intento eso sí, afanosamente abordar plásticamente, estos dos aspectos bicéfalos sobre el mismo tema.

En la actualidad, el laberinto entreteje la madeja, tornando la propuesta más densa y profunda. No tengo prisa ni me asalta el facilismo; prefiero caminar por el borde del precipicio, emprendiendo diariamente la jornada con la paciencia del explosivita que afana en un mecanismo de relojería con cuenta regresiva, cualquier improvisación tendría funestas consecuencias.

Ahora que el extenuante esfuerzo comienza a fraguar y los sueños amenazan con cumplirse, pido en préstamo las palabras del pintor futurista Carlo Carrá: “Sé perfectamente que en algunos instantes soy lo bastante afortunado como para perderme en mi trabajo, El pintor-poeta siente que su verdadera esencia inmutable procede del reino invisible que le ofrece una imagen de la eterna realidad. También me doy cuenta de que no se me ha concedido la capacidad para resolver el misterio del arte de una forma absoluta”.

No me atribuyo la exclusividad de las ideas presentes en la obra, por cuanto ellas pertenecen a la mente colectiva, sólo soy un portavoz; después de todo, el arte es la instauración del Caos y lo que persigo es mantener al espectador en el filo de la navaja; para inaugurar una muy otra manera de aprehender la maravilla y la inconmensurabilidad del multiverso creado por Dios.

La obra entonces inaugura un suspense, como en un encuentro amoroso, cuando un hombre y una mujer en la distancia se descubren por asalto en una estancia atestada de gente; el curso del tiempo se interrumpe, el espacio pierde sus puntos de referencia y las palabras no sirven para nombrar el multiverso; entonces sólo les queda la mirada y la desnudez para revelarse mutuamente y sentirse íngrimos y solos en ese instante eterno de suprema belleza.
Jesús Manuel Moreno







CORTES DE PRIMERA
Ernesto Iglio


El dardo se ha enfilado, desafiante.

Evoca frío como una afilada daga.

La precisa geometría, secreta y calculada hasta el cansancio, con cifras de otros mundos, insta a que afloren los sonidos destemplados, estridentes.

Nodos de una metálica melodía.

El ámbito del artificio, retratado (¿fulgurado?) en el momento pregnante.

El destello de un espejo roto (rébus insoluble) y maniacamente reconstruido.

El signo helado, áspero y atemporal.

Pronto a inmolarse, como un samurái.

Jesús Moreno, está perturbado por la perfección del mundo, y lo reinventa sobrehumano... con menos espacio para la emoción.

Mil palabras solo ayudan a confundir, a tramar otro engaño…. y así deja que mil jabalinas, mil flechas, mil lanzas, mil azagayas… te hiendan.

Esquivo y peligroso.

Tiende la trampa una y otra vez, con carnadas de color.

Surcado. Rasgado. Incisivo. Puntiagudo.

¡Filoso!

Evita cuidadosamente la fealdad de la rosa, para mostrar la maravilla de sus intricadas espinas.

Cortante, como un cristal recién estallado.

Deslumbrante, como las tantas caras de un diamante.

Preciso, escinde una y otra vez.

Hiende, raja, entrecorta con pericia de carnicero y así, el artero, solo convida a cortes de primera.


                                                        Valera, Trujillo, Venezuela

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